Era mi primer viaje con el
INSERSO. Aquel invierno del 98, había sido muy frío, demasiado frío para mis
muchos años y mis cansados huesos. Hacía ya casi un año que me había quedado
viudo. El clima frío de mi Cehegin natal y un cáncer, se habían llevado para
siempre a mi querida esposa. Los meses siguientes estuvieron llenos de
desconsuelo y tristeza, la vida se detuvo de repente, ya nunca más sería
aquella persona alegre y divertida.
Mi amigo José, con el cual
quedaba todas las tardes en el hogar del pensionista, me animó a realizar el
viaje.
Y aquí me encuentro, en Benidorm. No sé muy
bien que hago aquí, pero estoy aquí sin ganas de nada. Después de cenar, en el
bonito y coqueto hotel donde estábamos hospedados, comenzó la fiesta de
bienvenida. Comenzaron a sonar bonitas y pastosas melodías, las parejas se apresuraban
a bailar, y con las sonrisas forzadas y una fingida alegría todos parecían como
si la diosa de la felicidad ficticia fuese la reina de la fiesta.
Ante este panorama, cruce
el hall del hotel, y me dispuse a dar un paseo. La noche era hermosa, las
estrellas brillaban y la luna reinaba en el cielo, su luz se reflejaba en la
playa formando pasillos de luz, como sendas luminosas. Allí absorto en mis
pensamientos, y con el recuerdo eterno de mi esposa, a la que no podía olvidar,
se me paró el tiempo. No sabría bien cuantificar el tiempo que estuve evocando
mis recuerdos.
De pronto noté, como en mi pierna derecha una
humedad caliente, y cuando mis ojos miraron hacia abajo, vi a un precioso
perrito, confundiéndome con su farola favorita. Una voz timbrada y con acento.
Bueno el acento no pude reconocerlo porque de sus cuerdas vocales solo salían
palabras inteligibles. Supongo que sería la dueña del perrito, porque el chucho
nada más oír la voz, corrió hacia ella y de un salto se acurruco entre sus
brazos. La señora se acerco hacía mi toda descompuesta. Por cierto he de decir
que la señora en el plano corto era una mujer bellísima, correctamente vestida,
con mucho gusto.
Estaba muy alterada y disgustada por la
travesura del perrito, no sabía cómo pedirme disculpas. Le dije que no se
preocupara, y aunque algo incomodo con la situación, acepte todas sus
disculpas. Ella preocupada por mi pantalón, mis calcetines y mis zapatos, toda
nerviosa intento limpiarme torpemente con su preciosa mano. Sus dedos
temblaban, tenía unas manos sorprendentemente hermosas; finas, blancas y
tersas, sus dedos de afinados extremos delgados y largos, y sus uñas
perfectamente cuidadas, parecían de nácar, de color rojo intenso.
Sobre su muñeca derecha, lucía una original y
bonita pulsera, de la que colgaban infinidad de monedas antiguas, me llamo la
atención, porque al mover la mano, parecía que sonaban multitud de campanillas,
y tal era su sonido, que el perrito casi se obligaba a mantener las orejas
tesas cada vez que movía su mano.
Se ofreció e insistió en
que la acompañara a su casa para limpiarme el pantalón, y de buen agrado acepte.
Y así fue como de repente, me encontré en calzoncillos, en una casa que no era
la mía, y en una ciudad que tampoco era la mía. Y así fue también, como por
culpa de un perrito desvergonzado e incontinente conocí a la que hoy es mi
estupenda compañera Chantal.
¡Deben de ser las cosas
del INSERSO!
Juan Miguel Aroca