domingo, 7 de abril de 2013

EL HOMBRE QUE HACÍA EL AMOR CON LOS CALCETINES PUESTOS


Alberto, trabajador de la banca desde hace ya muchos años, acababa de ser una víctima más de esta crisis y de la moda incruenta de los ERES. A sus 59 años, se encontró de golpe con una jubilación que ni busco, y que lo llenaba de dudas sobre su futuro.
Para celebrar la magnífica noticia, que por la mañana les habían comunicado, y en un alarde de optimismo, decidió, junto con los demás compañeros hacer una comida a modo de despedida. Después seguro que vendrían más acontecimientos, pero hoy tocaba ir a comer.
A su derecha se sentó su amigo José y a su izquierda Maravillas. Maravillas algo menor que Alberto, estaba en su plena madurez como mujer. Curtida en miles de batallas, siempre hacia gala de su soltería y de su don más preciado. Su libertad. Era muy atractiva, sin ser excesivamente guapa, levantaba pasiones en ambos sexos. Era poseedora de un aura erótica y ella lo sabía. Lo sabía porque a través de su vida hombres y mujeres así se lo habían hecho saber.
Si no con mucha frecuencia, si en ocasiones puntuales ponía a trabajar sus dotes de seducción. La comida, a pesar de ser por los motivos que eran, transcurría con una falsa alegría, pero el vino ya empezaba a subvertir el estado de ánimo de Alberto. La complicidad con Maravillas, era cada vez más evidente. Sus rodillas se tocaban por debajo de la mesa casi sin querer, pero los dos eran conscientes de que en realidad lo que querían era sentir  el efecto erótico de la caricia.
Ella, se levanto y se encamino a los lavabos, no sin antes lanzar una mirada intensa y libidinosa, mirada que Alberto capto y se fue tras ella. Cuando cuidadosamente abrió el lavabo de señoras, Maravillas lo esperaba y se lanzo a sus brazos, sus bocas se buscaron con desesperación  en una locura de besos y caricias. Cogidos de la mano salieron del local ciegos de deseo.
El trayecto hacia el apartamento de Maravillas se les hizo eterno. Caminaban con las manos apretadas, y en cada apretón se decían lo que sus silencios intuían.
Camino del dormitorio y con la ansiedad propia de dos adolescentes, se fueron quitando la ropa y cuando por fin llegaron a la cama, hicieron el amor como dos potros desbocados. El encuentro fue muy intenso y placentero, y cuando la pasión quedo culminada en múltiples orgasmos, y las hormonas entraron en reposo, fue cuando Alberto se dio cuenta que había hecho el amor sin quitarse los calcetines. Sintió un gran pudor, pero no dijo nada.
Hubo muchos más encuentros, y todos llenos de una pasión desbordante, era tal la fuerza de la pasión y la ansiedad como se producían los encuentros, que Alberto se olvidaba quitarse los calcetines. A él le extrañaba que Maravillas obviara el detalle. Unos calcetines negros entre sabanas de seda blancas no podían pasar desapercibidos. Se hizo el firme propósito, de que en el próximo encuentro, se quitaría los calcetines.
Maravillas lo esperaba como casi todos los días, con un coqueto pijama transparente que dejaba entrever la plenitud de sus senos que hacían estremecer a Alberto. Pero ese día, no se dejo llevar por el ímpetu de la pasión; se había hecho el firme propósito de que ese día se quitaría los calcetines. Con una calma inusual, comenzó a desvestirse, y mientras Maravillas se fue al lavabo, él totalmente desnudo se tumbo en la cama. Cuando Maravillas lo vio, se puso la bata y con cara de disgusto le dijo que se marchara, el intento protestar, pero la decisión de maravillas fue firme. Se volvió a vestir, y sin comprender muy bien lo que pasaba se marcho. Nunca más la volvió a ver.
Al cabo de cierto tiempo, un día que había quedado con su amigo José a tomar café, le contó por encima todo lo que le había pasado con Maravillas y aquel final tan extraño. José con una ladina sonrisa le dijo: ¡¡¡¡Nunca debiste quitarte los calcetines!!!!!!!....

El Cascarrabias

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