Alberto, trabajador de la banca desde
hace ya muchos años, acababa de ser una víctima más de esta crisis y de la moda
incruenta de los ERES. A sus 59 años, se encontró de golpe con una jubilación
que ni busco, y que lo llenaba de dudas sobre su futuro.
Para celebrar la magnífica noticia, que
por la mañana les habían comunicado, y en un alarde de optimismo, decidió,
junto con los demás compañeros hacer una comida a modo de despedida. Después
seguro que vendrían más acontecimientos, pero hoy tocaba ir a comer.
A su derecha se sentó su amigo José y a
su izquierda Maravillas. Maravillas algo menor que Alberto, estaba en su plena
madurez como mujer. Curtida en miles de batallas, siempre hacia gala de su
soltería y de su don más preciado. Su libertad. Era muy atractiva, sin ser
excesivamente guapa, levantaba pasiones en ambos sexos. Era poseedora de un
aura erótica y ella lo sabía. Lo sabía porque a través de su vida hombres y
mujeres así se lo habían hecho saber.
Si no con mucha frecuencia, si en
ocasiones puntuales ponía a trabajar sus dotes de seducción. La comida, a pesar
de ser por los motivos que eran, transcurría con una falsa alegría, pero el
vino ya empezaba a subvertir el estado de ánimo de Alberto. La complicidad con
Maravillas, era cada vez más evidente. Sus rodillas se tocaban por debajo de la
mesa casi sin querer, pero los dos eran conscientes de que en realidad lo que querían
era sentir el efecto erótico de la caricia.
Ella, se levanto y se encamino a los
lavabos, no sin antes lanzar una mirada intensa y libidinosa, mirada que
Alberto capto y se fue tras ella. Cuando cuidadosamente abrió el lavabo de
señoras, Maravillas lo esperaba y se lanzo a sus brazos, sus bocas se buscaron
con desesperación en una locura de besos
y caricias. Cogidos de la mano salieron del local ciegos de deseo.
El trayecto hacia el apartamento de
Maravillas se les hizo eterno. Caminaban con las manos apretadas, y en cada apretón
se decían lo que sus silencios intuían.
Camino del dormitorio y con la ansiedad
propia de dos adolescentes, se fueron quitando la ropa y cuando por fin
llegaron a la cama, hicieron el amor como dos potros desbocados. El encuentro
fue muy intenso y placentero, y cuando la pasión quedo culminada en múltiples
orgasmos, y las hormonas entraron en reposo, fue cuando Alberto se dio cuenta
que había hecho el amor sin quitarse los calcetines. Sintió un gran pudor, pero
no dijo nada.
Hubo muchos más encuentros, y todos
llenos de una pasión desbordante, era tal la fuerza de la pasión y la ansiedad
como se producían los encuentros, que Alberto se olvidaba quitarse los
calcetines. A él le extrañaba que Maravillas obviara el detalle. Unos
calcetines negros entre sabanas de seda blancas no podían pasar desapercibidos.
Se hizo el firme propósito, de que en el próximo encuentro, se quitaría los
calcetines.
Maravillas lo esperaba como casi todos los
días, con un coqueto pijama transparente que dejaba entrever la plenitud de sus
senos que hacían estremecer a Alberto. Pero ese día, no se dejo llevar por el ímpetu
de la pasión; se había hecho el firme propósito de que ese día se quitaría los
calcetines. Con una calma inusual, comenzó a desvestirse, y mientras Maravillas
se fue al lavabo, él totalmente desnudo se tumbo en la cama. Cuando Maravillas
lo vio, se puso la bata y con cara de disgusto le dijo que se marchara, el
intento protestar, pero la decisión de maravillas fue firme. Se volvió a
vestir, y sin comprender muy bien lo que pasaba se marcho. Nunca más la volvió
a ver.
Al cabo de cierto tiempo, un día que había
quedado con su amigo José a tomar café, le contó por encima todo lo que le había
pasado con Maravillas y aquel final tan extraño. José con una ladina sonrisa le
dijo: ¡¡¡¡Nunca debiste quitarte los calcetines!!!!!!!....
El Cascarrabias
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